Cualquier usuario que vaya a comprar o actualizar un ordenador, debería considerar adquirirlo con un disco SSD (Solid State Drive) si desea ganar en velocidad y eficiencia. De hecho, son aproximadamente 5 veces más rápidos que un HDD tradicional.
En cuanto a la velocidad de acceso, la diferencia es amplia: entre 0,05 y 0,23 milisegundos, frente a los entre 7 y 16 ms. de los discos duros mecánicos.
Estas mejoras se deben, en parte, a que los SSD, al contrario que los discos duros tradicionales, no utilizan partes mecánicas. El no requerir movimientos para su funcionamiento, los hace más tolerantes a los golpes, no emiten ruidos significativos, generan menos calor y consumen menos energía, dato a tener en cuenta sobretodo si estamos considerando adquirir un portátil.
A nivel interno, la memoria flash del SSD se construye con diferentes estructuras denominadas SLC, TLC y MLC (Single-, Triple- y Multi- level cell), que se diferencian en la cantidad de bits que puede almacenar cada celda de memoria. La mayoría de los SSD domésticos son TLC y MLC, y en general la mayoría de usuarios no notarán diferencias en su uso.
La interfaz es otro elemento importante, no tanto por afectar al rendimiento ya que apenas lo hace, sino porque supone un requisito de instalación en nuestro ordenador. Lo más habitual es que admita unidades SATA (2 o 3), aunque cada vez son más habituales otros formatos como mSATA o M.2, ya sea en portátiles o equipos de escritorio.
La capacidad continúa siendo su gran desventaja frente a los discos duros tradicionales, que pueden almacenar una cantidad mucho mayor de información. La buena noticia es que puede utilizarse una doble configuración SSD + HDD, de manera que aprovechamos las ventajas de la velocidad del primero (generalmente para el sistema operativo y programas) y la capacidad del otro (por ejemplo para archivos multimedia).
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